Traducción: "En verdad no basta con poseer la virtud, como si se tratara de un arte, si no se hace uso de ella. "
"Los amantes desfallecen de pasión, lánguido es su sufrimiento, al grado de que no soportarían prescindir uno del otro." El amor poético cuya sublime intensidad consume como el fuego no podría descender a la cotidianidad. Absolutamente nada cotidiano cabría en la pasión que aniquila si no es correspondida en exclusividad por otro, o si ese otro deja de estar en el mundo.
Es por ello que precisa de la incomprensión de todos los que gravitan alrededor de los amantes y los fiscalizan; esto hace brotar innúmeros motivos para que se inmolen antes que convertirse en presencias familiares y ordinarias.
Nace como fruto prohibido, ha de sufrir hasta lo indecible para unir a los amantes en un efímero instante que los eternice en su deseo incandescente. ¿Sería soportable un eterno gozo amatorio? Más bien lo anhelable sería morir en la plenitud del deseo, no despertar del deliquio avasallador. No tiene que hacer por la vida, no conoce de economía ni de fatiga, no cobra salario, prestaciones o aguinaldo, no se inscribe en el reino de la necesidad y de la subsistencia.
Es el rostro gozoso de la sombría muerte y debe concluir en la muerte, pues ésta lo justifica y lo sostiene fiel a su esencia hasta el final. Los amantes sólo conocen la indulgencia, si algún reproche se hacen es por ausencia, pero jamás por desamor o por traición.
Por todo ello, el riesgo del amor bucólico, lo que lo volvería un remedo de sí mismo, sería institucionalizarse, hacer cuentas, pagar facturas, discutir por desavenencias y mezquindades, en suma, legalizarse.
Encierra una paradoja, y es que ardiendo hasta la última de las ascuas, no conoce el erotismo. Es un amor sin desnudez, casto e incorpóreo. Es un amor de buena fe, exento de malicia. Los cuerpos de los amantes son una simple insinuación, llenan un vacío que la vestimenta oculta. Lo que une a los amantes es la mirada arrobada, la voz sedeña e íntima, las facciones radiantes, las manos que acarician con suavidad y se estrechan con vehemencia. El abrazo no palpa ni estruja la silueta del otro, las lenguas no penetran en el beso la hondonada que anuncian las bocas.
Es un amor que podría ensuciarse con facilidad y no volver a ser del todo pulcro si tal cosa aconteciera. Su palabra es dulcísimo licor y cortesía inquebrantable, no hay en él violencia ni trasgresión del otro, su esencia es el desfallecimiento en la lasitud de un mundo provisoriamente suspendido.
Encierra una paradoja, y es que ardiendo hasta la última de las ascuas, no conoce el erotismo. Es un amor sin desnudez, casto e incorpóreo. Es un amor de buena fe, exento de malicia. Los cuerpos de los amantes son una simple insinuación, llenan un vacío que la vestimenta oculta. Lo que une a los amantes es la mirada arrobada, la voz sedeña e íntima, las facciones radiantes, las manos que acarician con suavidad y se estrechan con vehemencia. El abrazo no palpa ni estruja la silueta del otro, las lenguas no penetran en el beso la hondonada que anuncian las bocas.
Es un amor que podría ensuciarse con facilidad y no volver a ser del todo pulcro si tal cosa aconteciera. Su palabra es dulcísimo licor y cortesía inquebrantable, no hay en él violencia ni trasgresión del otro, su esencia es el desfallecimiento en la lasitud de un mundo provisoriamente suspendido.
Intenta borrar sus pasos y saltar sobre el interdicto de censores ominosos, pero vuelve a caer sin remedio en las cadenas del vociferante espectáculo humano y se consume en su condición mortal. Nada redime al hombre, nada hay en él que haga creíbles sus paraísos.
El amor idílico termina anidándose entre la leyenda y la gesta inverosímil, es la pasión que no sabríamos alimentar y mantener viva, que calcinaríamos y, con cuyo polvo abonamos la esperanza del momento.
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