lunes, 5 de enero de 2009

Se acabó el carbón


JOAN BARRIL

 

Hoy es el día en el que hay que ir a dormir pronto porque los Reyes Magos han de trabajar. Yo no sé si son magos, pero los reyes existen. El problema es que los reyes de los adultos no llegan necesariamente el mismo día. A lo largo del año los reyes nos dan sorpresas y ahí reside la magia. Los reyes adultos no esperan recibir cartas ni emails. El hecho de que sean tres da a sus obsequios un democrático cariz colegiado, no como la arbitraria autocracia del Papa Noel. Pero los reyes de los adultos tienen otra virtud que se ha ido perdiendo. Nuestros reyes contemplan la posibilidad del castigo, mientras que a los niños les hemos privado ya de ese temor. Aquella vieja amenaza por la que los niños malos --¿realmente hay niños malos?-- van a encontrarse la salita llena de carbón ya no produce la más mínima inquietud. ¿Carbón? ¿Será para la barbacoa? ¿Podrá revenderse el carbón ahora que se ha convertido en un combustible alternativo? ¿Los niños de los mineros reciben carbón antes de cerrar las minas?
Sin el miedo al carbón, los Reyes Magos dejan su magia y se convierten en meros delegados de las grandes multinacionales de los juguetes y de la electrónica. La conciencia de formar parte del mundo del bienestar se fragua en esa ceremonia de la dádiva infinita sin riesgo alguno de quedarse sin nada. Llegarán algún día los reyes de los adultos y, en vez de carbón, dejarán en el buzón una nota amenazadora de un banco o el finiquito de la empresa a la que consagraron el trabajo de muchos años. Deberíamos volver a la didáctica del carbón. De lo contrario, los hombres del mañana, educados en el deseo siempre satisfecho con rapidez y generosidad, no van a entender nada del mundo real, ahí donde las desgracias nunca vienen solas y nada se consigue sin esfuerzo.
Mañana por la mañana el paraíso del consumo estará en muchas casas. Les recomiendo un libro para prevenir los años que vienen. Lo ha escrito con elegancia y sabiduría Jordi Royo. Se titula Els rebels del benestar. Habla de adolescentes. De esos que jamás supieron lo que era el carbón.

Más difícil todavía

Me dicen los ateos que Dios no existe y que, por poco que crea, es señal que estoy equivocado. Me dice Rouco Varela que mi familia no es una familia y que, si acepto el divorcio o le dirijo la palabra a mis amigos homosexuales, es señal que no voy por buen camino. Me dicen los compañeros de Pedro J. que si hablo en catalán es porque soy un intolerante y casi un nazi. Me dice el Gobierno que si no reduzco mis envases y si no voy en bicicleta soy un egoísta insolidario. Me dicen mis compañeros multicultis que si no entiendo lo de la poligamia o la obligatoriedad del velo femenino es que soy un vestigio del etnocentrismo occidental. Me dicen los independentistas que si lo de las selecciones deportivas no me proporciona la más mínima emoción es que soy un colaboracionista. Me dicen que si no quiero firmar por la prohibición de las corridas de toros porque ya estoy harto de prohibiciones soy en realidad un cómplice de la barbarie.
Realmente eso de vivir se nos está poniendo difícil.

Restos

El acto de bajar las basuras después de las fiestas es en realidad un acto de contrición.

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