miércoles, 20 de enero de 2010

Uno mismo consigo mismo...



Me miro en el espejo y no encuentro mi reflejo, en su lugar hay un
naufragio sin isla, una deliciosa deriva hacia lo desconocido. Alguien
que no intenta más que sobrevivir a los instintos más desconcertantes,
que se ahoga en al desesperanza de una realidad impropia con ella
misma, amargada de la cotidianidad manifiesta, sumida en la rutina
vital e intentando de forma inútil bloquear estertores.

El dolor persiste, el vacío se extiende, el ángulo mortal se aproxima y
no hay lugar al que agarrarse, el oscuro cielo hace inalcanzable el
horizonte, solo existen agitados consuelos e inicuas soledades...

Un gran abismo se planta bajo mis pies, me asomo y a pesar de observar
esta vida desde fuera como si no fuera la mía propia, me doy cuenta de
que no quiero que esto se termine. Mientras siga sufriendo, sigo viva
para lograr esquivar definitivamente estos condenados bucles que no
admiten tregua y me siguen a todas partes.
Arrojo la tristeza por el abismo con pertinaz convencimiento,
ciertamente hay demasiadas metas que son capaces de iluminar mis más
obscuros días, metas que son capaces del restablecimiento puro,
desesperadamente lejano, anhelado, luchado y perseguido hasta el
agotamiento pero visible al fin y al cabo.

Me doy la vuelta, sin olvidar que el abismo queda justo detrás de mí,
es necesario tenerlo presente, ya nos hemos encontrado demasiadas
noches y no tantos días pero ando, sigo andando y lo seguiré haciendo.
Estoy condenada a vivir acompañándome.

“El que conoce el arte de vivir consigo mismo ignora el aburrimiento.” Erasmo de Rotterdam

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