Me aferro al relato, a una vaga esperanza de cambiar las cosas, de volver a ser, a sentir.
“Ríndete, mujer, tienes la batalla perdida”, me repito una y otra vez. Nada de lo que hay en tu corazón –ni en el suyo- te hará caso. Nada.
Debería haber sido más discreto, pasar desapercibido, no salir de ningún saco, no, el error fue dejar que saliera. Podría haber sido uno más. Pero no, tuvo que mostrar sus habilidades.
Y de este modo; hablando idiomas distintos, tomando caminos divergentes, rompiendo ilusiones por absurdos recurrentes... Nos regalamos batallas perdidas, que dejan heridas a estas almas decididas a despojarse de la impotencia para quedarse en un bucle eterno de búsqueda sin encuentro.