A mí siempre me ha sido sobremanera grato decir lo que me venga a la boca. Que nadie espere de mí, pues, que comience con una definición de mí misma, según es costumbre de los retóricos vulgares, y mucho menos que formule divisiones, pues constituiría tan mal presagio el poner límites a mi poder, que tan vasto se manifiesta, como separar las partes de aquello en que confluye el culto de todo linaje de gentes. Y, en fin, ¿a qué conduciría el convertirme con una definición en imagen o fantasma, cuando me tenéis presente ante vosotros mirándome con los ojos? Según veis yo soy verdaderamente aquella dispensadora de bienes llamada por los latinos «Stultitia», y por los griegos, «Moria».
Sin embargo, ¿qué necesidad había de decíroslo? ¡Como si no expresasen bastante quién soy el semblante y la frente; como si alguno que me tomase por Minerva o por la Sabiduría no pudiese desengañarse con una sola mirada aun sin mediar la palabra, pues la cara es sincero espejo del alma! En mí no hay lugar para el engaño, ni simulo con el rostro una cosa cuando abrigo otra en el pecho. Soy en todas partes absolutamente igual a mí misma, de suerte que no pueden encubrirme esos que reclaman título y apariencias de sabios y se pasean como monas revestidas de púrpura o asnos con piel de león. Por esmerado que sea su disfraz, les asoman por algún sitio las empinadas orejazas de Midas. ¡Ingratos son conmigo, por Hércules, esos hombres que, aun perteneciendo en cuerpo y alma a mi tropa, se avergüenzan tanto de nuestro nombre ante el vulgo, que llegan a lanzarlo contra los demás como grave oprobio! Por ser estultísimos, aunque pretendan ser tenidos por sabios y por unos Tales, ¿no merecerían con el mejor derecho que les calificásemos de sabios-tontos? (...)
No hay mayor desgracia –dicen– que la locura. Ahora bien: la necedad declarada está muy cerca de la locura, o, mejor dicho, la necedad es la misma locura. Porque ¿qué otra cosa es la locura sino el extravío de la razón?”. (...)
Pero hay otra locura muy distinta que procede de mí, y que por todos es apetecida con la mayor ansiedad. Manfiéstase ordinariamente por cierto alegre extravío de la razón, que a un mismo tiempo libra al alma de angustiosos cuidados y la sumerge en un mar de delicias. Tal extravío es el que, como un gran favor de los dioses, pedía Cicerón en sus Cartas a Ático, a fin de perder la conciencia de sus muchas adversidades.
Erasmo de Rotterdam
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