
La tristeza es una sensación antes que una reacción. Lo razonable nada tiene que ver con lo sensible.
Dicen que el verdadero sabio es el que aprende a ser feliz, o al menos a ser sereno, porque dispone su vida acorazándola desde la razón de modo que los desaires y desastres le afectan en lo mínimo posible. Pero no son tantos los acontecimientos como la forma de percibirlos lo que nos hace felices o desgraciados, y en la percepción no cuenta tanto la razón como la sensación. O sea, que uno no es feliz porque sepa que tiene motivos para serlo, es feliz porque así lo siente, y así lo siente en función de factores que se nos escapan, que tienen mucho más que ver con la biología que con nuestras propias y pobres armas racionales. De forma que ¿habría que aislar el momento, ser feliz cuando se puede, enjaular el pensamiento en la sensación excluyendo cualquier otra aspiración?. No, no lo creo. El único modo de superar la sensación es mediante la razón, decirse "esta sensación no es real, no responde a un motivo serio y, por tanto, debo sobreponerme". Lo que me aterra de todo esto es que cuando llegue a ser feliz piense lo mismo, que te mire y me diga "este amor no es real, no es más que un truco biológico". Pero entonces toda la vida, MI VIDA, lo bueno y lo malo no sería más que un fantasma. Porque si repudiamos el sufrimiento, abdicaríamos también de la felicidad.
Fragmento de Un milagro en equilibrio de Lucía Etxebarria