domingo, 19 de julio de 2009

Cumpliendo años



Si tuviéramos la posibilidad de saber los días que nos quedan, si
supiéramos de antemano cuánto tiempo nos tocará vivir, ¿haríamos las
cosas de otro modo? Tal vez... No lo sé, porque nunca sabré cuando
llegará mi día. El aliciente es la tensión de vivir sin saber cuánto ni
cuándo, de aceptar el presente sin eludir el pasado ni el futuro.

¿Qué sueños se han perdido, qué cosas nuevas han surgido que no estaban
ahí? Los cumpleaños no son, a pesar de nuestra obsesión con ellos, más
que parte de un sistema mediante el cual lo medimos todo; el tiempo así
cuantificado se expresa en un número que suponemos debe decirnos algo.
Sin embargo, los cumpleaños cumplen una función: nos emplazan. La
cuestión es saber respecto a qué nos emplazan: En cuanto al mercado,
nos ubican en la franja de los empleados potenciales, de los de difícil
ubicación, de los útiles, los muy útiles, los poco útiles... Sin
embargo el mercado no es el único ámbito respecto del cual nos emplaza
nuestro cumpleaños: también nos dispone de acuerdo a las expectativas
sociales de las que somos objeto en torno a la vida familiar. Seremos
por tanto incorregibles, solterones, libres, en edad de merecer... Nos
ubica en absolutamente todos los ámbitos de la vida.

Y me pregunto, ¿son estas las ubicaciones que nos definen, las
coordenadas que nos dicen quiénes somos según el ámbito y el número que
se calcula, teniendo como marco el de otros números convencionales?
¿números que nos fijan a un período de tiempo X? ¿Cómo nos pueden
emplazar, si somos mucho más que un número?. Si ese número no dice nada
sobre nuestra historia, si la historia vivida no puede cuantificarse
nunca. Evidentemente los números nos emplazan a pesar de que no nos
definen... Pero, ¿cuántas veces son las herramientas con las que nos
someten, nos hacen 'encajar', nos definen y nos acometen?. Tristemente,
a menudo lo hacemos nosotros mismos. ¿Cuántas veces nos hemos deprimido
porque no hemos alcanzado lo que se supone que deberíamos haber
logrado? En ocasiones, la mirada de los otros en nosotros y la nuestra
propia... Nos puede, nos mata, nos atraviesa...

'¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida?' (Lucas 12:25)

Los años se completan, se llenan, se hacen, se celebran y en ocasiones
se sufren. En cualquier caso, bien podría ser un engaño del lenguaje;
que no fuera una quien los cumple, quien ejerce la acción de cumplir,
de llenar, de completar, de hacer, de celebrar el tiempo. De ser así se
podría dejar de cumplir, pero esa parece ser una opción imposible.
Aunque... Se podría dejar de festejar los años cumplidos. Escoger si se
quieren celebrar o dejar de hacerlo. Porque, ¿qué es lo que
celebramos?; ¿el tiempo que pasa? ¿la vida? ¿el recuerdo de la misma?
¿los tiempos pasados? ¿los futuros?
Tal vez lo que se celebra es el futuro y sus posibilidades; el hecho de
'estar siendo' y por tanto, en lugar de recordar, lo que podemos hacer
en un cumpleaños es celebrar un tiempo de ilusión o la ilusión de un
tiempo, del comienzo de un tiempo que es la posibilidad de iniciar,
arbitrariamente; porque no hay nada más arbitrario que un sistema que
mide, en este caso, con el 'metro' del tiempo; un tiempo nuevo. Un
tiempo de realidad, una realidad que es el camino por un sueño. Un
sueño que me hace suspirar, que me ayuda a seguir y me da el apoyo
necesario cuando el agotamiento puede conmigo.

miércoles, 1 de julio de 2009

Corolario

Estaba todo dispuesto, y su estrategia resultaba tan hermosa, tan perfecta en su aviesa intención, que aun disponiendo de medios fuera desalmado entorpecerla. Pero todas y cada una de mis inquietudes me impedían permanecer en ese paraíso  perfectamente dispuesto para mí.

Antes quizá me acercaba a ser  procaz en ideas e intrépida en objetivos. Anhelaba ser eterna. Ahora solo pienso y tan solo a veces.
El hombre es simbiosis perecedera de carne y aliento, y en él lo indestructible degenera hasta lo grotesco cuando lo caduco se resiste a la destrucción. Ahora soy un ser grotesco, porque vivo en un tiempo que no es el mío, porque he fracasado; porque condené al mundo con mi ingenuidad y atrevimiento. Si bien esta mezquindad mía ha permitido la existencia de sueños que se hacen imposibles. Ellos son la huella del avance, de la evolución del aprendizaje. La evolución que nos enaltece y nos consume, es una manzana en el paraíso o en la cabeza de un sabio. Soy antecedente que precede de una humanidad enjuiciada. Pero no pienso aquí justificarme ni discutir mi responsabilidad. Yo ya estoy perdida

Tras infernales noches insomnes de preguntas sin respuesta, gracia respondona que a modo de tanteo concede el optimismo.  ¿Qué ha de quedar de mí sobre el mundo?  ¿Qué hay que amar cuando todo se acaba? 

La memoria, entendida como prueba única de nuestra existencia. Y si no hay más mundo que el presente, si con la muerte se desvanecen los recuerdos, entonces la vida pierde todo sentido, y con ella la mayor fatalidad. Por el contrario, si todo ha de seguir vigente en la memoria, si en esencia hemos de seguir siendo lo mismo y los mismos en la memoria ¿qué sentido tiene morir?

Ahora sé que el hombre es esa simbiosis entre materia consciente y alma inerte que conocemos como vida, la crisálida de un ente que volará a los cielos. Nada más. El problema radica en la latencia de lo incorpóreo, en la potencia, que nos inclina a tomar afecto del efecto.

Sumida en un bucle vesánico de cuestiones sin sentido, inmersa en un murmullo de voces sin venero, estoy preparada para afrontar el hecho de  que sigo aferrada al sentimiento, al tiempo del deseo, a la pasión de vivir. Anhelando el retorno de los sueños de esperanza. Viviendo aferrada a la eternidad de la vida, con un sueño, con el diario precursor del pensar... Inmersa en ese mundo al que condené con mi ingenuidad y atrevimiento, pero dispuesta a perseverar.